A través del muro del sueño (homenaje a Randolph Carter y su creador HPL)

Se iniciaba el verano de este año 2017 después de Cristo con promesas de luz mediterránea. El viento del Sur soplaba suave, meciendo la Calima, que acunaba los cuerpos hacia un embotamiento de los sentidos. La placidez de las tardes, las fiestas con amigos a la  luz de la luna, con el mar compartiendo sus sabores, anunciaban un estío apacible y alegre. 
Sobre las ocho de la tarde, a la hora en que la casi absoluta quietud era interrumpida tan sólo por el canto prístino de algún ave, considerada exótica hace sólo unos años, gustaba compartir tertulia con familiares y amigos bajo el árbol de la casa, hasta que el sol se ponía sobre las montañas cercanas, dejando dorados reflejos en las tejados del pueblo y sumiendo las almas en un agradable estado.
La vida fluía de modo tranquilo hasta que una tarde me desperté convulso de la soporífera siesta. Dejé la hamaca bajo el árbol, mientras un sudor frío me recorría el espinazo. Bajé la estrecha escalera hasta el sótano, donde la humedad se tornaba fresca según ibas descendiendo. Me acerqué a la biblioteca, que había tenido olvidada esa ya larga época de solaz. 


“Algo” me llamaba. Resonaban voces impías en mi interior mientras repasaba los lomos, desde la Odisea, los clásicos del Siglo de Oro, los Best Sellers, la literatura juvenil…. Pero lo que me atraía salía de la amplia colección de literatura fantástica y de terror.


Las criaturas de la noche, los horrores sin nombre, el terror psicológico, vampiros de toda época y especie, templarios, cátaros, literatura gótica, romántica…tantas horas robadas al sueño alimentando una imaginación voraz. Guy de Maupassant, Le Fanu, Stoker, Byron, Mary Shelley, Bequer, Espronceda, Anne Rice, King…maestros eternos del mundo nocturno, de nuestras peores pesadillas. 

De entre todos ellos, el punto de la llamada era claro. Sin dudarlo recuperé el amarillento libro releído varias veces en una juventud que ya se había escapado. La vieja edición de Alianza Editorial de 1971 (antes de que yo naciera), con la extraña portada, sobre el ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter, del venerado maestro Howard Philips Lovecraft, con prólogo del sabio Rafael Llopis. El resto de criaturas del maestro,  con Cthulhu, Nyarlathotep Dagon y  Azathoth a la cabeza parecían revolverse a su lado en los otros libros malditos, que refulgían con una iridiscencia verdosa. Pero era el pequeño volumen de Mr. Carter el que llamó mi atención. Lo cogí tembloroso, estaba caliente, como si “alguien” lo acabara de dejar en la estantería.
Esa noche no subí a cenar, pidiendo a mi esposa que me excusara ante las visitas. Me encerré en el sótano y volví a descubrir la magnificencia, la inabarcable imaginación, el maravilloso universo de los sueños por el que transitaba Randolph Carter. Volví a visitar la execrable meseta de Leng, a pasear por la otra cara de la luna, a ser atrapado por las descarnadas alimañas de la noche, a atravesar mares en las galeras negras, a comerciar entre  extraños mercaderes en ciudades marmóreas, a pasear entre guls en los profundos abismos y a buscar la maravillosa Kadath.
Serían las 3 cuando sentí una fiebre extraña, empecé a temblar, a desvariar, cayendo agotado en un profundo sueño. 


Me desperté en mi amplio salón de la gran torre dorada. Salí a la terraza desde donde contemplar mi bella ciudad de Celephais, con sus jardines colgantes y las torres de arquitectura imposible. Había sido un extraño sueño, aquel en que era un habitante de la Tierra, en una pequeña casa junto al mar, donde una biblioteca maldita ocultaba un pasaje entre distintos universos….

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